Hasta ahora os he ido contando mis experiencias y mis fetichismos. Cosas que siento, que he vivido o que he probado. Ahora también pretendo contar todo lo que me queda por hacer. Cumplir morbos que tengo y que aún no tuve ocasión de tachar de la lista. O de pasar a la lista de fetiches.
Empezamos con:
Por sí solo un piercing no me dice nada. Por eso no lo considero un fetichismo y, por tanto, nunca he follado con un tío sólo por probar el acero quirúrjico. Pero tampoco me lo he encontrado nunca. Será que mis parejas sexuales han sido menos de las que podáis pensar...
Poco a poco se ha ido despertando el gusanillo dentro de mí. Con el tiempo, el bombardeo de imágenes de pezones anillados y pollas rematadas con un aro ha ido haciendo efecto. Ha pasado como con los tatuajes: de ser algo de raros y pirados se ha ido generalizando. Pero los tatuajes no me motivan. Los piercings cada vez más.
Primero eran detalles. Una anécdota en un hombre que por sí mismo ya me encendía:
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Cuerpo hemosísimo, vello cano, cabeza pelada, barba... El arito es totalmente opcional. |
Antes de generalizarse, los primeros piercings se los vi a los raritos de la escena gay: sadomasoquistas que se remechaban el cuerpo igual que si fueran las piezas de cuero que vestían. Por eso en mi subconsciente estas cosas han quedado ligadas a los juegos de dominación que tanto me excitan. Al icono de macho ante el que postrarse.
Si te lo paras a pensar, no hay nada de masculino en colgarte un pendiente. Es más, recuerdo el momento en que los chicos del instituto empezaban a hacerlo como signo de rebeldía. Porque eran los gallitos de la clase, que si no el insulto estaba claro: maricones. Importaba no sólo el tipo de pendiente (aros vs. bolitas) sino que además, puerilmente, si te lo colgabas en la oreja izquierda no pasaba nada. Era la derecha la comprometida.
Ahora hemos trascendido esta tontería y los machos más rotundamente machos pueden ornarse las orejas con piezas de joyería fina como ésta:
De todos modos, yo sigo con el mecanismo mental de asociar el piercing a escenas de sexo húmedo y ruidoso. Al macho alfa. Al tipo de mente retorcida y deseos sexuales aún más intrincados.
Curiosamente, lo identifico siempre con alguien activo. El morbo que me puede despertar el piercing no lo asocio nunca con alguien sumiso o pasivo. Supongo que los veo como botones que, al activarlos con mi lengua juguetona, obtienen como reacción una penetración furiosa.
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La perfección del pectoral de este tío es impecable, tanto en la forma del músculo como en la cantidad, distribución y tonalidad del vello. Derramaría mi sangre gustoso en ese altar. Uy, perdón, de nuevo el plano contrapicado me ha tendido una trampa. |
El caso más claro de asociar piercing con activos es el Prince Albert, o PA, o "el de la polla". Primero, claro está, por el hecho de USAR eso que me llama la atención, no ser solamente un espectador. Saber si se siente algo cuando se te mete dentro y se refrota en tu recto. Pero luego, y relacionado con esto, por regla general me desmotivan las pollas flácidas en los tíos que me estoy follando. Cuánto más raro debe quedar un pene dormido, bamboleándose dormido con un aparatoso aro de metal.
Hay casos extremos, como el este chico:
Un rapado como éste ya sabe que tiene tema conmigo seguro. El cabrón además sabe sacar partido de sus músculos por más tonta que le quede la pose. Esta foto me parece super bien hecha por el efecto de luces y sombras que consigue. Todo subrayado por su vello. Pero no hay nada en esa foto que diga ACTIVO. No me pondría de rodillas ante un tío así. Ni espero que me reviente a pollazos. Especialmente si de camino al baño para hacer la foto le he visto un culo tan sumamente apetitoso como éste:
Pero volviendo al tema. Lo que me fascina de este tío es esto:
Para cuando llegara a tragarme esa anillaza ya daría lo mismo seguir dilatando: su rabo es casi la mitad que su acero. ¿Cómo sentir eso en acción?