Hoy cierro el círculo obsesivo con la figura de Yukio Mishima. Decía al principio de todo esto que la identificación con este escritor japonés ha ido creciendo a lo largo de los años. Nuestra relación ha sido gradual: primero llegó su foto, luego vino su obra y, mucho tiempo después y ya en una edad más adulta, he ido descubriendo su biografía.
Me resulta casi sobrenatural el hecho de habérmelo ido encontrando periódicamente. Incluso en momentos en los que mi atención estaba puesta en otros iconos o temas. Mishima siempre ha acabado asomando por ahí.
Culpa suya es mi interés por lo nipón. Estirar del hilo de su obra significó leer a autores relacionados, como su mentor Yasunari Kawabata. Otro loco que se suicidó. Eso sí, después de ganar un Nobel de literatura. Para mí fue inevitable empezar a bucear en la cultura japonesa, después de zambullirme en un ambiente tan extraño y lleno de morbo.
La obra de Mishima me resulta especialmente emotiva. Ya os puse de ejemplo sus narraciones sobre homosexualidades latentes. Yo no he necesitado una máscara, afortunadamente. Pero el despertar sexual es algo que todos hemos hecho solos. Aunque buscáramos compañía a los cinco minutos.
Mi identificación con esa escena es abrumadoramente literal. Fui educado en un ambiente muy religioso. Católico. Los primeros torsos desnudos que vi fueron los de los mártires. Los Cristos crucificados. Un imaginario de poderoso contenido dramático. Que apela directamente a las emociones, lo atávico que llevamos dentro. Sé perfectamente que esas imágenes te colocan en un estado anímico y mental especial. En aquel momento, la fe envolvía esas imágenes con un manto protector. Aún hoy, me resisto a convertirme en un iconoclasta pajillero. Pero reconozco el poder de esas figuras. Incluso antes de saber que San Sebastián es poco menos que el patrón de los gays, yo ya sentía fascinación por él. Por las figuras contorsionadas del Barroco. Por sus cuerpos decadentes y apaleados.
De ahí que Mishima exacerbe mis pulsiones sadomasoquistas: físico poderoso y actitud de tirano. Militar. Fascinado por el dolor y la muerte. Con un imaginario presidido por espadas afiladas y puntas de flecha. Nostálgico de un tiempo donde los hombres daban la vida por su señor. Nacido en un país donde los ritos basados en la jerarquía se expresan en algo tan cotidiano como el saludar. Homosexual trágico. Congelado para la eternidad en unos suficientemente maduros 45 años.
Lo mejor de los mitos es que puedes reunirte con ellos cuando quieres. Tomando alguna de sus obras entre las manos. Viendo alguna de sus películas. Compartiendo tus confesiones sin máscara con el mundo. Al fin y al cabo, estas entradas a tumba abierta me acercan un poco más a él. Salvando, claro, el abismo de distancia.