domingo, 28 de febrero de 2010

El lenguaje de las manos

Me fijo mucho en las manos de un hombre. Lo obvio: deben ser viriles, fuertes, nudosas, peludas y al mismo tiempo elegantes y gentiles. Duras pero limpias.

 
Exacto: lo que menos me interesa
de la foto es la polla


Además del simple aspecto, me excita mucho lo que uno puede hacer con las manos. Sin ir más lejos, el dibujo de la cabecera del blog me parece perfecto por muchos motivos, entre ellos lo que hacen con las manos sus protagonistas:

El maduro manda. Rodea la cintura del jovencito y lo agarra por encima de las nalgas. Hay algo de tierno en el gesto y a la vez está diciendo “No te escaparás”. La otra mano controla la polla: ordena y dosifica. No hay ningún otro sitio al que ir que no sea el que esa mano elija.

El jovencito SE agarra. No decide. Las piernas de su amante son un salvavidas y coloca las manos ahí donde puede, pendiente de no dejar escapar el rabo de su hombre. Poca opción le queda incluso con la postura que le dejan adoptar.

El autor, Josman, me parece un verdadero genio. Espero ir hablando de él en este blog. Pero no deja de reflejar lo que pasa en la realidad.


En esta pose típica; las manos del activo en las caderas del pasivo. Simple y natural. Con un reconfortante valor de “las cosas como tienen que ser”. No me gusta el pasivo en esta foto. Sus manos no mienten: están laxas y sin interés.


Este pasivo es otra cosa: “dame más, hazlo así, te lo pongo fácil”. Hacer de pasivo no es ser un mueble.

Tengo muchos ejemplos, pero os los voy a dosificar. Esto no pretende ser un blog de recogida de material porno. Me apetece contaros las cosas poco a poco, con detalle. Me gustaría que comentarais también lo que os sugiere cada imagen. ¡¡Espero que os parezcan más sugerentes que los textos!!

sábado, 27 de febrero de 2010

Ejecutivo agresivo

Por mucho que me gusten los hombres brutos, básicos y de comportamiento primitivo lo mío son los caballeros. Un capataz de obra o un sargento chusquero son formas poco refinadas de autoridad que funcionan en momentos determinados. No siempre apetecen. Pero la calmada refinación de un hombre de negocios me subyuga desde que me levanto hasta que me acuesto. Norma Duval y yo no somos tan diferentes, al fin y al cabo.

Prefiero el hombre en traje y corbata al militar o el obrero. Las corbatas a los petos de trabajo. Los zapatos relucientes a las botas tochas. Los calcetines negros a los calcetos curraos.

A fin de cuentas tanto unos como otros acaban desnudos, haciendo las mismas cosas más o menos. Sudando y gruñendo como cerdos. Con la polla metida en algún caliente recoveco de un cuerpo prestado. O a cuatro patas con el recto removido a golpe de cadera.

Esta depravación en sí ya me mola. Pero me interesa mucho más si la cosa empieza más atrás. Cuando se pervierte la imagen seria y responsable de un hombre cabal. Que un tío sucio y bruto te pida cosas sucias y brutas como que le metas el puño o te tragues sus lapos entra dentro de su estereotipo. Pero que un refinado caballero quiera rociarte de arriba abajo con su meada es una transgresión fantástica.

Craneo perfecto, traje inmaculado, pose elegantísima, polla fuera.


De nuevo aparece en este blog el rollo freudiano: me gusta el hombre en traje; que es mi padre, que es mi profesor, que es el señor del banco, que es el que manda en el mundo. Me excitan las corbatas; que son falos de tela. Por tanto, busco pollas enormes, que se enrosquen, que me deslumbren con sus colores como si fuera un animal de la selva en rito de apareamiento.

La culminación de mi fetichismo con los trajes: camisa abierta mostrando un torso peludo y la corbata colgando. La mamada es inevitable.


Es curioso, porque incluso el tío más rematadamente bestiajo ofrece una estampa impresionante en traje y corbata. No tolero el disfraz a la inversa y me río con los chicos buenos que se ponen una gorra de cuero y piensan que son malos. Pero me pongo como una moto con los chicos malos que juegan a ser buenos.

 Lo de los pezones también sería imposible de aguantar.


Lo peor del caso: que sólo una vez en la vida he encontrado un hombre con traje y corbata dispuesto a complacerme el fetichismo. Triste, ¿verdad?


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